Aumentan casos de obesidad mórbida en México
La Redacción
Entre la población mexicana se ven con mayor frecuencia casos de obesidad mórbida o grado 3, el mayor en la clasificación que de esta enfermedad estableció la Organización Mundial de la Salud (OMS). Según la más reciente Encuesta Nacional de Salud y Nutrición, publicada en 2012, la obesidad mórbida la padece el tres por ciento de la población.
Lo anterior representa una gran carga para los hospitales y servicios de salud, así como una enorme fuente de problemas para el mercado laboral y la sociedad en su conjunto”, señaló Juan Pablo Méndez Blanco, académico de la Facultad de Medicina (FM) de la UNAM.
La OMS fijó los tres grados de la obesidad de acuerdo con el índice de masa corporal (IMC) de los individuos, que se obtiene al dividir el peso de la persona entre el cuadrado de la talla o estatura. Se considera normal si el resultado es de 20 a 24.9; sobrepeso de 25 a 29.9; obesidad grado 1, de 30 a 34.9; obesidad grado 2, de 35 a 39.9, y obesidad grado 3 o mórbida, de 40 en adelante.
“Estos últimos son los que presentan mayores complicaciones no sólo metabólicas (se ven desde los primeros grados de obesidad), sino también locomotoras por osteoartrosis e inmovilidad, y por consiguiente, los que requieren mayor atención médica”, apuntó el también coordinador de la Unidad de Investigación en Obesidad que la FM tiene en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán.
Se han asociado muchos genes al desarrollo de esta afección, pero se ha demostrado que pocos son causales directos. Realmente no se puede hablar de una sola obesidad, sino de varias, porque es diferente una mórbida en un joven, que una grado 1 en adultos de 50 a 60 años de edad. “Son entidades patológicas diferentes. El sexo y la edad, así como el grado que alcance, determinarán los factores de riesgo, los pronósticos y la calidad y esperanza de vida”, refirió
Desde el punto de vista genético, existen tres tipos de obesidades: las primeras, son las que forman parte de un síndrome, como el de Prader-Willi o el de Laurence Moon Biedl, que aparecen como consecuencia de factores genéticos claros (la falta de un pedazo de cromosoma o de un gen, o la mutación de este último).
Las segundas, con las monogénicas, resultado de la mutación de un solo gen (de la leptina, del receptor de la leptina, o del MCR4), y las terceras, las comunes, en las que no se ha demostrado que algunos genes las causen de manera directa, pero en las que sí se han encontrado variaciones genéticas, lo que significa que, en ciertas poblaciones, gran porcentaje de obesos presenta un cambio genético que no tiene –o presenta muy poco– la gente que no lo es.
“Lo único que probablemente demuestra esto último, es que no se ha podido determinar que muchas de estas obesidades comunes no son poligénicas, es decir, no son ocasionadas por la alteración de muchos genes, sino monogénicas, pero aún no se ha encontrado su alteración específica”, comentó Méndez Blanco.
Estudios han comprobado que de 40 a 60 por ciento de los casos son secundarios a alteraciones genéticas, aunque éstas no hayan sido identificadas con precisión. Por otro lado, ello no indica que alguien tenga un gen que lo hace tener un metabolismo diferente y ser obeso. Sí hay alteraciones del metabolismo predeterminadas genéticamente que condicionan la obesidad, pero son pocas.
Lo que sucede es que el obeso no puede parar de comer, lo hace en exceso, y un gran componente de este comportamiento está determinado también genéticamente, explicó.
Así pues, mientras las personas delgadas se restringen y no ingieren alimento hasta saciar por completo su apetito, los obesos lo hacen sin parar hasta sentirse muchas veces más que satisfechos, y eso es lo que deriva en su condición.
“Lo ideal es tener un balance entre ingesta de calorías y utilización de éstas. Es como una cuenta en el banco, si meto dinero en ella y no lo saco, voy a acumularlo cada vez más, pero si lo retiro poco a poco, alcanzaré un equilibrio financiero. Así de sencillo y de complejo es este asunto, porque se dice con facilidad que hay que comer menos, pero esto se vuelve difícil para la gente”, reconoció.
Los casos han aumentado, debido, entre otras razones, a que ya es raro que en los hogares se preparen alimentos de calidad, variados, con bajo contenido energético, y que los miembros de una familia coman juntos.
“Ya no se preparan como antes porque no hay tiempo; además, en incontables ocasiones los padres comen en su sitio de trabajo y los niños lo hacen en la escuela, o más tarde. Esto es parte de lo que necesitaríamos revertir para controlar el peso de la gente. Tanto los gobiernos del mundo, como la sociedad civil, los comerciantes y la industria alimenticia deben sumar esfuerzos”, detalló.
Lo anterior representa una gran carga para los hospitales y servicios de salud, así como una enorme fuente de problemas para el mercado laboral y la sociedad en su conjunto”, señaló Juan Pablo Méndez Blanco, académico de la Facultad de Medicina (FM) de la UNAM.
La OMS fijó los tres grados de la obesidad de acuerdo con el índice de masa corporal (IMC) de los individuos, que se obtiene al dividir el peso de la persona entre el cuadrado de la talla o estatura. Se considera normal si el resultado es de 20 a 24.9; sobrepeso de 25 a 29.9; obesidad grado 1, de 30 a 34.9; obesidad grado 2, de 35 a 39.9, y obesidad grado 3 o mórbida, de 40 en adelante.
“Estos últimos son los que presentan mayores complicaciones no sólo metabólicas (se ven desde los primeros grados de obesidad), sino también locomotoras por osteoartrosis e inmovilidad, y por consiguiente, los que requieren mayor atención médica”, apuntó el también coordinador de la Unidad de Investigación en Obesidad que la FM tiene en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán.
Se han asociado muchos genes al desarrollo de esta afección, pero se ha demostrado que pocos son causales directos. Realmente no se puede hablar de una sola obesidad, sino de varias, porque es diferente una mórbida en un joven, que una grado 1 en adultos de 50 a 60 años de edad. “Son entidades patológicas diferentes. El sexo y la edad, así como el grado que alcance, determinarán los factores de riesgo, los pronósticos y la calidad y esperanza de vida”, refirió
Desde el punto de vista genético, existen tres tipos de obesidades: las primeras, son las que forman parte de un síndrome, como el de Prader-Willi o el de Laurence Moon Biedl, que aparecen como consecuencia de factores genéticos claros (la falta de un pedazo de cromosoma o de un gen, o la mutación de este último).
Las segundas, con las monogénicas, resultado de la mutación de un solo gen (de la leptina, del receptor de la leptina, o del MCR4), y las terceras, las comunes, en las que no se ha demostrado que algunos genes las causen de manera directa, pero en las que sí se han encontrado variaciones genéticas, lo que significa que, en ciertas poblaciones, gran porcentaje de obesos presenta un cambio genético que no tiene –o presenta muy poco– la gente que no lo es.
“Lo único que probablemente demuestra esto último, es que no se ha podido determinar que muchas de estas obesidades comunes no son poligénicas, es decir, no son ocasionadas por la alteración de muchos genes, sino monogénicas, pero aún no se ha encontrado su alteración específica”, comentó Méndez Blanco.
Estudios han comprobado que de 40 a 60 por ciento de los casos son secundarios a alteraciones genéticas, aunque éstas no hayan sido identificadas con precisión. Por otro lado, ello no indica que alguien tenga un gen que lo hace tener un metabolismo diferente y ser obeso. Sí hay alteraciones del metabolismo predeterminadas genéticamente que condicionan la obesidad, pero son pocas.
Lo que sucede es que el obeso no puede parar de comer, lo hace en exceso, y un gran componente de este comportamiento está determinado también genéticamente, explicó.
Así pues, mientras las personas delgadas se restringen y no ingieren alimento hasta saciar por completo su apetito, los obesos lo hacen sin parar hasta sentirse muchas veces más que satisfechos, y eso es lo que deriva en su condición.
“Lo ideal es tener un balance entre ingesta de calorías y utilización de éstas. Es como una cuenta en el banco, si meto dinero en ella y no lo saco, voy a acumularlo cada vez más, pero si lo retiro poco a poco, alcanzaré un equilibrio financiero. Así de sencillo y de complejo es este asunto, porque se dice con facilidad que hay que comer menos, pero esto se vuelve difícil para la gente”, reconoció.
Los casos han aumentado, debido, entre otras razones, a que ya es raro que en los hogares se preparen alimentos de calidad, variados, con bajo contenido energético, y que los miembros de una familia coman juntos.
“Ya no se preparan como antes porque no hay tiempo; además, en incontables ocasiones los padres comen en su sitio de trabajo y los niños lo hacen en la escuela, o más tarde. Esto es parte de lo que necesitaríamos revertir para controlar el peso de la gente. Tanto los gobiernos del mundo, como la sociedad civil, los comerciantes y la industria alimenticia deben sumar esfuerzos”, detalló.
Fuente: invdes.com
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